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Concurso Leer a Martí. Memorias Edición 2016. La Rosa Blanca

14/3/2021
Por: Jessica Álvarez Bellas, Biblioteca Nacional José Martí

Hoy les propongo leer este cuento que ganó en el Concurso Leer a Martí en 2016, lo hizo una joven de 12 años que estaba en 7mo grado y es de Baracoa en la provincia de Guantánamo. 

Confesión de una Rosa Blanca

Isvette Alejandra Jiménez López

Ese día me levante temprano, era el cumpleaños de mi amiga María, me pare frente al espejo con mi vestido de vuelos azules y me mire completa, si, me quedaba bien. Busque por todas las gavetas un regalo que pudiera llevarle a mi amiga y por más que revolví no encontré nada ¡qué pena! Tendría que ir hasta su casa con las manos vacías.

Salí apurada para no llegar tarde, iba tan entretenida que no me fije en el hueco que estaba en medio del camino, uno, dos, tres pasos y caí por un precipicio. 

La gente dice que en ese momento se acuerda de toda su vida y es verdad, mientras caía vi a mi mamá fregando los platos en la cocina, a mi papá podando el jardín y hasta a mi perro, Toto, corriendo por la casa con una de mis medias en la boca y yo detrás de él.

Aún no había atrapado a Toto cuando me di cuenta de que me dolía todo el cuerpo, claro, me había caído encima de una montaña de hojas secas en medio de un camino de piedras.

Aunque la humedad del lugar propiciaba un ambiente agradable, el dolor en los huesos casi ni me dejaba fijarme en el paisaje que tenía alrededor.

Como estaba sola y un poco asustada seguí una abeja que salió de una viña, así me sentí un poco acompañada, también se sumó una mariposa que me guiaron hasta una estatua que protegida por unas palmas gigantes crecía en medio de un claro.  

Era él, definitivamente era una estatua de José Martí, bañada de un dorado tan resplandeciente que competía con el sol. De ella brotaban cientos de rosas blancas, como si en vez de una estatua fuera un jardín.

Me acerque y arranque una de las rosas y en su lugar, al instante, nacieron dos. No podía creer lo que sucedía y entonces arranque otra y otra y otra y cada vez que lo hacía nacían dos, tres, muchas rosas para reemplazar aquellas que iba quitando.

Entonces… ¿Qué debía hacer? ¿Irme corriendo y contarle a todos los periodistas, reportero y estudiosos de la obra martiana lo que había descubierto, o era mejor quedarme callada?

¿Y si lo decía y sacaban de su medio a la estatua no se morirían todas las rosas que estaban?

¿No se sentiría cómodo Martí cultivando una rosa blanca sobre su misma piel en ese bosque poco visitado?

¿Ya no podría ser ese amigo sincero del que hablo en sus poemas?

¿Me estaría pidiendo que guardara su secreto? Si era así… Entonces debía dejar la estatua donde mismo estaba y guardar el secreto, que a partir de entonces quedaría entre él y yo.

Le pase enseguida la mano por su frente y estreche su mano derecha con la mía y llevándome una de sus rosas blancas en el pelo, esta me confesó su misión, a él lo deje allí, acompañado del jardín que imagino sembró antes de morir, para seguir ofreciendo al amigo y al enemigo su rosa blanca.

Salí de allí apurada, temerosa de que me alcanzara la noche en el bosque, era tanto el apuro que de nuevo caí en un agujero que estaba en el camino. Esta vez no pensé en mama, ni en papa, ni en Toto, un fuerte dolor de cabeza me hizo cerrar los ojos y cuando los abrí estaba en el jardín de mi amiga, justo frente a su casa.

Me levante apurada, me quite algunos guisasos del vestido, me toque el pelo y ahí estaba. No importaba que no hubiese encontrado nada en las gavetas de la casa, aún conservaba la rosa que me había permitido arrancar para mi amiga Alicia.