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Foto de Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte No.06. De cómo la guagua, la hora de entrada, además de razones ya explicadas contribuyeron a mi traslado a la biblioteca.

Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte No.06. De cómo la guagua, la hora de entrada, además de razones ya explicadas contribuyeron a mi traslado a la biblioteca.

24/6/2020
Por: Tomás Fernández Robaina, Biblioteca Nacional José Martí

Me encontraba desempeñándome como auxiliar de contabilidad, en una fábrica de medias de mujer, nombrada antes de 1959 Manhattan, y en virtud de los nuevos tiempos Puerto Rico Libre, siguiendo la tendencia   del Hotel Habana Hilton, ahora denominado Hotel Habana Libre.

Me sentía muy satisfecho con mi cargo oficinesco, y mi labor como maestro del aula obrera, y con mi responsabilidad sindical de entonces de secretario de educación, ocupando esa misma responsabilidad a nivel de empresa, que tuve que abandonar pues no debía ser representante obrero y también empresarial. En aquel momento no entendía cuales podían ser las razones, para que un estado proletario tuviera un frente sindical, y una empresa, supuestamente proletaria, tuviera un representante de esos intereses. 

Alguien me dijo que yo era trotskista, sin saber yo nada de su pensamiento, solo que había sido asesinado por alguien que cumplió órdenes de Stalin. 

No recuerdo exactamente el tiempo que estuve en la fábrica, donde me enfrenté a la administración, con el apoyo de todos los obreros y obreras, de quienes guardo y guardaré siempre muy buenos recuerdos.

Mis funciones en cultura aumentaban, y no era posible cumplimentarlas solamente por las noches y los fines de semana. Por tales razones, opté por renunciar a mi trabajo en Puerto Rico Libre. Fueron varias las razones: a) Me levantaba a las cinco de la mañana para tomar una guagua en Monte y San Joaquín, que me llevara hasta Cerro y Boyeros y allí correr, y forcejar con otros que también querían montarse en una ruta 76, que los transportaran a sus centros laborales. El regreso me era más suave porque volvía a la ciudad en el carro de Silvia Chirino, la jefa de producción de la fábrica, de esa forma me evitaba las inconveniencias matutinas. Siempre manejaba uno de sus hermanos, que juntos habían estado trabajando en ese lugar por más diez años.

Así que teniendo en cuenta todo lo dicho pasé a formar parte de la plantilla de la Biblioteca Nacional. 

Tiempo después comenzó una emulación para reducir las plantillas de los ministerios y las de otros centros laborales. A la doctora María Teresa le habían sugerido varias veces, hacer lo mismo, pero ella se había negado rotundamente. En una visita del comandante Ernesto Che Guevara, el mismo se lo había sugerido, pero su respuesta fue categórica: yo duermo tranquila todas las noches, en la biblioteca no sobra nadie, y por lo tanto, no tengo necesidad de revisar los puestos laborales.

Ella había salido airosa de la acusación de que estaba dándoles empleo a personas no revolucionarias. Básicamente ese criterio se formuló por haberle dado trabajo a Cintio Vitier, a Fina García Marruz, a Eliseo Diego, y a su esposa Bella, hermana de Fina. Esa acción era una prueba de su “no firmeza ideológica, revolucionaria”. 

La carta había sido enviada al entonces presidente de Cuba, el Dr. Osvaldo Dórticos Torrado, quien se la hizo llegar a Freyre de Andrade, y se dice, que despidió a los firmantes de tal denuncia.

Algunos de esos hechos eran ya historias cuando me involucré más directamente con el mundo bibliotecario, apartándome por un tiempo de la literatura.

En cierta medida quemé las naves como Hernán Cortes, hecho del cual me felicito..