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Foto de Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte III. De Cómo, Cuándo y Porqué aterricé en la Biblioteca Nacional y me incorporé a la Campaña de Lectura Popular.

Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte III. De Cómo, Cuándo y Porqué aterricé en la Biblioteca Nacional y me incorporé a la Campaña de Lectura Popular.

27/5/2020
Por: Tomás Fernández Robaina , Biblioteca Nacional José Martí

Memorias de Tomás Fernández Robaina. Parte III. De Cómo, Cuándo y Porqué aterricé en la Biblioteca Nacional y me incorporé a la Campaña de Lectura Popular.

A continuación publicamos la tercera parte de las Memorias de Tomás Fernández Robaina, De Cómo, Cuándo y Porqué aterricé en la Biblioteca Nacional y me incorporé a la Campaña de Lectura Popular

Tomás Fernández Robaina (La Habana, 7 de marzo de 1941) Licenciado en Infor­mación Científico-Técnica y Bibliotecología por la Universidad de La Ha­bana. Es investigador titular del Departamento de Investigaciones Histórico-Culturales y Bibliotecológicas de la Biblioteca Nacional José Martí y profesor titular adjunto de la Universidad de La Habana. Es miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Asociación Cubana de Bibliotecarios (ASCUBI).

De Cómo, Cuándo y Porqué aterricé en la Biblioteca Nacional y me incorporé a la Campaña de Lectura Popular.
No llegué a nuestra institución interesado, y mucho menos abrumado por ese laberinto de espacios, de puntos, guiones, entradas a ocho y a doce, signaturas topográficas, códigos de domicilios, clasificaciones, y trazados de materias.

Formaba parte de un grupo de compañeros y compañeras egresados de un curso de asesoría literaria que tenía la misma finalidad de los que se habían creado para preparar instructores de teatro, de plástica, de danza. Dicho curso concluyó antes de tiempo por la crisis de octubre; los que ya teníamos trabajo, nos reintegramos a nuestros respectivos centros. Ya para esa fecha habíamos presentado los textos con los cuales se no evaluaría para recibir nuestros certificados de graduados.

 Para mí fue una sorpresa que todos fuéramos contratados por las direcciones provinciales de cultura de todo el país para confeccionar un censo, ahora se diría mapear, de los aficionados a la literatura. No pasó mucho tiempo sin que nos integráramos a la campaña de lectura popular que desde la Biblioteca Nacional organizaba la directora Freyre de Andrade, asesorada por el doctor Salvador Bueno, el director ejecutivo de dicho plan. Como especialista de la Dirección Provincial de Cultura de La Habana, me habían asignado colaborar con la Dirección de Cultura del Ejército de Occidente de las FAR, cuyo jefe era entonces el capitán ProProenza. Una de mis primeras iniciativas fue organizar en una de las unidades militares lo que hubiera sido la primera exposición fotográfica de la literatura cubana. Ese proyecto me puso en contacto no solo con Salvador Bueno, quien había sido mi profesor en el curso emergente para asesores literarios, impartido en el Habana Libre a mediados de 1962; también tuve la colaboración de Juan Pérez de la Riva, Cintio Vitier, y Fina García Marruz, entre algunos más. Pero cuando más entusiasmado estaba, todo se paralizó al cambiar la dirección de la Biblioteca Nacional.

Inicialmente parte de nuestro trabajo se hacía de noche, y los fines de semana, hasta que no pocos pasamos a trabajar no como contratados. Para esa fecha se habían incorporado a la campaña como especialistas del Departamento de Literatura Mercedes Antón, y Roberto Bourbakis, En ese sitio los egresados del curso de asesoría literaria éramos tres.  Haydee Arteaga, Jorge Amador y Tomas Fernández.

Mucho antes habíamos sido ya enviados en prestación de servicio a la Biblioteca para apoyar la campaña de la lectura popular. Pero yo fui el único que se quedó en la institución como asistente del Dr. Bueno, mientras los demás continuaron como especialistas de la dirección provincial de cultura.
Realmente fui un “asilado”, “exiliado•, “refugiado”, más bien en el lenguaje oficial “enviado”, y en el popular de entonces “recogido” por la primera directora de la Biblioteca en el período  revolucionario.

No tuve conciencia inmediata de mi situación. No asocié mi salida del Departamento de Literatura con mi actitud en contra de la destitución de Mercedes Antón cuarentaiocho horas después de su nombramiento y de haber ella cubierto las paredes del departamento con fotos de José María Heredia, Manzano, Martí, Plácido, la Avellaneda, entre otros del siglo xix; y los de Alfonso Hernández Catá, Enrique Labrador Ruíz, Onelio Jorge Cardoso, Carlos Loveira, Miguel de Carrión, José Antonio Ramos, y Luis Felipe Rodríguez, entre algunos más del xx.

Mi apoyo a Mercedes Antón le hizo ver su error al considerar que yo había tratado de minimizarla en una reunión del departamento de literatura. Al informar ella que en su primera charla promocional iba mucho público, pero que a la segunda, cuando se debía debatir los criterios después de leído la obra propuesta, asistía poca gente. Le pregunté qué títulos usaba, y al decirme que La Situación de Lisandro Otero, le dije que debía ser más perspicaz, que para moradores de los nuevos repartos Zamora 1, 2, provenientes de los antiguos barrios de indigentes como Llega y Pon, Isla de Pinos, Las Yaguas, debía usar libros como los Cuentos Negros de Lidia Cabrera, ¡Oh Mío Yemayá! de Rómulo Lachatañeré, o El cuentero de Onelio Jorge Cardoso.

 En la reunión nada me dijo, pero tres o cuatro días después coincidimos en el Departamento y por primera   vez en mi vida me vi  atacado verbalmente con tanta violencia;  le refuté que destruirla ni desprestigiarla públicamente había sido mi intención, que desconocía las interioridades del medio donde ella se había  desarrollado como autora radial y  televisiva;  que  me encontraba bien distante y desconocedor de todas esas mezquindades a las cuales ella se había enfrentado  y logrado  vencer exitosamente. Después de esa descarga y nuestras mutuas aclaraciones seguimos laborando sin problemas.

  La labor de la campaña marchaba con los tropiezos normales de un empeño de tan envergadura, pero día a día ganábamos más espacios. La idea era muy novedosa, incorporar la lectura como un modo de elevar el nivel cultural de los entonces recién alfabetizados, idea fundamental diseñada por Freyre de Andrade y Salvador Bueno, que posibilitó a un grupo de intelectuales ya reconocidos, no solo de la Habana, y a otros que entonces comenzábamos nuestro aprendizaje, no solo mediante lecturas y cursos, sino también por osmosis al presenciar, oír y participar en tantos debates donde se analizaban obras y autores.

Fueron mis compañeros durante el curso Noel Navarro, Raúl Luis, Rodolfo Araña, Pellerano, Manuel Reguera Saumel, Ada Abdo, Haydee Arteaga, Jorge Amador, entre otros.
Algunos regresaron a sus provincias, y no todos los de La Habana pasaron a formar parte como especialistas del departamento, pero fueron contratados para contribuir al avance de la campaña. Fue nuestro jefe el entonces joven Carlos del Toro, estudiante de historia de la Universidad de La Habana, a quien me unió una larga y profunda amistad hasta su muerte a finales del 2000.

Bajo su dirección decido darle preferencia al trabajo cultural y olvidarme de mis posibilidades de contador en una de las unidades de la Empres Tejido de Punto del Ministerio de Industria Ligera. El poco tiempo que pasé como auxiliar de contabilidad me fue muy productivo desde el punto humano. Conocí trabajadoras y trabajadores de mucha valía; además, obtuve mis primeras experiencias como dirigente sindical pero eso lo contare en otro momento
Por supuesto, la separación de Mercedes Antón y su envío al plan pijama, como consecuencia de las  ideas dogmáticas y excluyentes predominantes en esa época,  fue uno de los grandes errores, que no posibilitó el avance  articulado del trabajo en pro de la lectura, la cual se encontraba en un momento de expansión muy importante.

Lo anterior se había logrado en virtud de dos cursos formadores de guías de lectura, uno impartido por Mercedes Antón y otro por Salvador Bueno, el primero en la biblioteca Municipal de Marianao, y el otro en la Biblioteca Nacional. El éxito de ambas acciones se corroboró por la incorporación a la campaña de más personas con nivel universitario que enriqueció la calidad de los promotores de la lectura popular de entonces.

 La razón de vestir a Mercedes con un plan pijama fue el inicio en silencio de una campaña en contra de hombres y mujeres quienes por su orientación sexual fueron considerados no convenientes o no aptos para determinadas labores. Poco importaba que ella hubiera abrazado sinceramente los nuevos tiempos después de un breve periodo de rechazo, de incomprensión de los cambios sociales que la habían perjudicado como autora de telenovelas.  Su sensibilidad y humanismo le hizo comprender la significación de todo lo que ocurría en su derredor; por supuesto vino en su ayuda un bendito lavado de cerebro nacionalista; me recordó en más de una ocasión que la magna lección de historia oídas desde la Naciones Unidas en 1960, eliminó de su mente la ignorancia que le había impedido conocer lo que realmente éramos hasta entonces. De nada valió su sincera conversión, el auto- reconocimiento de que su literatura lacrimógena, folletinesca, en la radio y en la televisión, había sido una droga que ocultaba los verdaderos problemas de los y las radioyentes, así como de las o los televidentes.

No me fue difícil, algún tiempo después, comprender que mi salida de la dirección de literatura estaba decretada mucho antes de mi solidaridad con Mercedes. Para mí fue un halago que la propia doctora Freyre de Andrade me telefoneara. Ella conocía de mi trabajo con el Doctor Bueno, de mi deseo de aprender, de mi consagración al trabajo. Hasta ese momento seguía en prestación de servicio. Recordé que solo decidí pasar a cultura cuando me fue imposible mantener los dos trabajos, y cuando el caracolero que visité con mi abuela, me aseguró que debía trasladarme. Nuevamente hice la consulta pertinente y me corroboró, una vez más la conveniencia de aceptar la propuesta de la Biblioteca, sin duda alguna, apoyada por el doctor Salvador. Pero fui alertado que tendría que enfrentar muchos escollos, discriminaciones, no reconocimiento a lo que yo haría positivamente en beneficio de la institución, pero que tenía que aguantar, que el camino seria largo, un verdadero calvario, sin coronas de espinas, pero con otras que podían lacerarme gravemente, pero que de mi dependía el éxito final, aunque podía llegarme después de muerto.

 La lucha por la dirección del departamento provincial de literatura se había tornado muy intensa, y sobre todo después de que Carlos del Toro dejó de ser nuestro jefe. Salí de allí poco tiempo después que Alga Marina lo sustituyera y me propusiera trabajar tierra adentro de verdad, pues como estímulo, me asignarían un caballo con monturas y estribos para moverme de una finca a otra.

Para esa fecha la biblioteca era mi centro real de trabajo, además de ser el lugar donde estudiaba y redactaba las charlas, que como esquemas de lectura se entregaban a los guías para promover   la lectura de los libros seleccionados. Comprendí por la experiencia cotidiana que comenzaban tiempos muy difíciles, que debía no buscarme problemas, como hacían muchos antes situaciones ante las cuales yo me rebelaba. Pero una cosa es la teoría y otra la practica